En ésta ocasión les traigo una colaboración de ivanwtovar.
SISTEMA INMUNOLÓGICO
Mis pies sangraban mientras caminaba por una carretera vacía; del lado derecho se veía un desierto repleto de huesos humanos; y del lado izquierdo había únicamente oscuridad, sólo se sentía un viento frío acompañado con débiles murmullos, como conversaciones de criaturas tímidas vagando entre las sombras. Del cuero cabelludo me salían gusanos verdes que se metían por mis oídos. Mis costillas botaban un sonido ominoso, como si se estuviesen peleando entre ellas.
A medida que avanzaba, iba notando la silueta de muchas personas que caminaban con la misma pesadez y el mismo dolor que el mío. Era como un desfile de zombies resignados que caminaban en el mismo sentido sin saber por qué; como si hubieran entrado en una constante existencia de dolor paradójico. Una existencia de la cual no había que dudar, porque parecía que hasta en el aire abundaba una prueba de que todo era así y debía continuar así, aunque doliera, aunque matara.
Mientras trataba de evitar que un gusano verde se metiera por mi oído, volteé la mirada hacia atrás, y, después de espabilar dos veces, me percaté de que había un pequeño brillo naranja titilando en el cielo. ¡Era hermoso y atrayente! Sentía que cada latir de mi corazón era un titilar de ese tierno fulgor… Por unos segundos no sentí dolor mientras lo observaba. Algo acariciaba mi alma, y no sé si llamarle: el amor de algún ser metafísico inhibiendo el dolor de los pesares flagrantes, o, una parte perdida antaño de mi esencia, que me encontró para recordarme, que el verdadero infierno comienza cuando traicionas la dulce naturaleza de tu cuerpo.
Sin pensarlo dos veces, di un paso en esa dirección. Empecé a caminar entre una multitud de zombies que iban en dirección contraria a la mía. Algunos trataban de sostenerme, otros me pegaban. Otros me escupían, me aruñaban, me orinaban, me tiraban sus gusanos verdes en mi cara, me discriminaban. Uno de ellos, se arrodilló para decirme con lágrimas de sangre en su rostro que cometía un gravísimo error; titubeé por un momento, pero me bastó con una mirada al cielo para tener más ímpetu en lo que emprendía, en lo que ya empezaba a sentir como una enmienda para mi esencia...
Cuando desperté de la alucinación, mi madre lloraba arrodillada frente de mí. “¡Cometes un grave error!”, me gritaba, “¡te arrepentirás más adelante!, ¡vuelve a contaduría pública! ¡Como escritor te morirás de hambre!, ¡quedarás loco de tanto leer esos libros…
Mi madre tuvo razón, no he ganado un centavo por lo que escribo, pero si he ganado mucho amor y odio, y el dinero frente a esas dos maravillas, no es nada. A veces creo que también tuvo razón en lo de que quedaría loco. Si lo defino por lo que para la sociedad es locura, en efecto, lo estoy; pero si lo defino desde esta perspectiva: soy un sobreviviente, soy el hombre más feliz del mundo.
Ivan Tovar.
En memoria de Ivan Tovar. 1995-2019
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