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Sigo aquí en el mismo rincón de mi habitación, con la cabeza llena de pensamientos y palabras que solo me destruyen, cada grito, cada palabra, son mil golpes que atraviesan mi piel.

Mi cuerpo está cansado de tanto sangrar o como lo llaman los demás llorar, al parecer soy un objeto más en este espacio.

Entonces corro, con las piernas cansadas y con un nudo en la garganta que ya es parte de mí, buscando un lugar seguro. Confíe mi corazón, lo entregué con la seguridad de que estaba en buenas manos y al igual que con todo, los demás terminaron jugando con él.

Ahí estaba esa voz, que nuevamente me decía que era mi problema, hubiese sido menos doloroso que me esparcieran gasolina y me prendieran fuego, de esa manera acabarían con mi sufrimiento y por primera vez me harían un favor, por el contrario seguían haciéndome sufrir con sus palabras.

Me tiro al suelo y cada uno de mis poros lloran, pidiendo ayuda para encontrar la llave que abriría una puerta que me conducía al final de mi sufrimiento, ayuda que no llegó, no me daba cuenta que la llave que abría esa puerta estaba en mí. Yo era la entrada y también la salida.

Construí un puente que me conectaba con las pocas cosas que me hacían feliz y las muchas que hacían mi vida triste. Entonces decidí que dejaría los sentimientos a un lado y que me alejaría de los que algún día causaron mi sufrimiento.

Hoy solo puedo sentir compasión y agradecimiento, por qué aunque los problemas siguen, son mudos. Aunque sean grandes, yo soy más fuerte y aunque me griten, ya encontré la manera de ahogarlos.

RafaA VillaR