¿Salvación? ¿Absolución? ¿Qué es la salvación? ¿Qué significa ser salvado? Todos tenemos un ángel custodio. El mío se llamaba Salvatore, y digo se llamaba porque dejo de ser un ángel por mí.
El cayó por amor, por el amor equivocado perdió sus alas, por amor vivió mas de dos vidas atado en un mundo indiferente. Por amor volvió, pero decidió ser el ángel salvador de la persona equivocada, yo.
Vio en mí las puertas al cielo, lejos de serlo robe sus alas. Lejos de ser su salvador, le arranque pluma a pluma y deje su cuerpo en aquel pavimento, esta vez condenado no a una vida en la tierra, sino a una eternidad.
Sus alas fueron mías, pasaron de ser un bello conjunto de blanco y dorado, a ser un resplandeciente grupo de plumas negras, que reflejaban azules enceguecedores.
Sus gritos eran como una canción de lamentos, sus lágrimas aunque invisibles, no dejaron de caer por cuarenta días y cuarenta noches. Yo fui su jinete en el apocalipsis, sin embargo, el siguió poniendo la otra mejilla.
Nunca es demasiado tarde para confesar un pecado, nunca es demasiado tarde para estar completamente arrepentidos, para ser quien quieres ser, para decir lo que quieres decir, nunca es demasiado tarde para irse si es lo que se quiere o para quedarse si quieres quedarte. Nunca es demasiado tarde para devolver unas alas robadas.
En la noche de las nieblas, me encontré cara a cara con el pasado cercano, me encontré a un ángel sin alas; encontré a Salvatore. En la misma calle, en el mismo pavimento, en aquel campo de amapolas, con una figura moribunda en medio. Sabía quién era, arranqué las alas de mi espalda y cosí pluma a pluma, pero ellas siguieron siendo negras, el alma del ángel ya había cambiado, la colisión de las gotas de lluvia en su pecho habían hecho de él un ángel distinto, habían hecho de él una bestia más peligrosa que mis mentiras blancas.
La tierra abrió su boca y las puertas al infierno fueron abiertas con mi nombre. El seol reclamaba mi cuerpo y la caída era inevitable, era una caída justa, merecida.
Deje mi cuerpo sucumbir al fuego y el viento caliente hacia tatuajes en mi piel. Pude sentir como mitos urbanos consumían mi mente, era jodidamente caliente. Y no, no hablo de un infierno mítico, hablo del infierno real, ese que es desatado cuando los remordimientos aprietan la conciencia.
Era una caída limpia, implacable, ese era mi destino circular, era el punto final de mi historia. Hasta que sentí unas manos tirando de mi camisa; sentí como el infierno era más lejano. Vi como sus alas cambiaron a su blanco original, hizo un sacrificio de sangre por mí, nuevamente. Hoy por hoy me pregunto si lo hizo realmente para salvarme o para salvarse el, si en realidad fue sincero o si aprendió a mentir.
Esta vez sí fui las puertas a su cielo. Fui su tiquete directo a la diestra de su señor. Seguimos volando por semanas, escapando de nuestros demonios. Cuando por fin estuvimos a salvo yo seguí con mi vida de humano y el con su vida de ángel. Desde entonces no quedo ni el más pequeño vestigio de aquel ángel custodio, solo quedó una pluma en mi espalda, una que ya no era negra, una bella pluma blanca con un nombre tallado en medio; Salvatore.
RafaA VillaR.
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